Llovía, diluviaba... pero daba igual, allí seguía ella recorriendo las aceras de aquella solitaria ciudad.
Y salió el sol, secaban los bancos, se recogían los paraguas, se veían los rostros, lucían los parques ese verde tan intenso como la mirada que le acechaba hacía horas desde la esquina de esa vieja librería donde se conocieron.
Él, se acordaba, sabía donde encontrarla, solamente estaba esperando el momento adecuado en el lugar indicado.
Y ese día, era el DÍA.
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